Donde esta el rebaño que te dí

“¿DÓNDE ESTÁ EL REBAÑO..., TU HERMOSA GREY?
(Preparado por el Pr. B. E. Leach)

La vida es un corto viaje o trayecto. Nos preparamos para la vida, vivimos, y en pocos años fugaces y efímeros morimos. Todo ha terminado.

Alguien ha dicho: “Nosotros poseemos tan sólo una vida –un pequeño destello de tiempo entre dos eternidades”. Una eternidad se encuentra detrás de nosotros y la otra eternidad descansa a nuestra frente; pero ahora nosotros tenemos “un pequeño destello de tiempo” en el cual vivir. Como cristianos en este mundo confuso y conturbado, necesitamos tener nuestras prioridades claras y exactas. Es absolutamente imperativo que decidamos qué es lo más importante y entonces nos esforcemos diligentemente para colocar las primeras cosas en el primer lugar. Si no poseemos claros conceptos de la vida –sus destinos y propósitos—estamos en verdad llegando a la confusión. ¡Satanás está observando nuestra actitud!


A los cristianos adventistas del séptimo día se les ha brindado un hermoso mensaje de amor para transmitir a un mundo perplejo y atribulado. Es un mensaje positivo que contiene claros conceptos para un vivir honrado y justo. Si con sinceridad creemos en este mensaje y lo seguimos, viviremos una vida feliz aquí sobre la tierra y se nos promete una vida eterna como nuestro destino final. Agradezco a Dios por su preciosa verdad para estos días finales de la historia terrena. Para aquellos que con fe creen en este mensaje, el transcurso de los años se torna visiblemente más dulce.

Las palabras de Jesús son para todos un tremendo desafío: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24: 14). A causa de que poseemos un mensaje de alcance mundial, nuestro esfuerzo es un empeño mundial. Los adventistas del séptimo día están literalmente abarcando todo el mundo. Hemos tomado seriamente la gran comisión: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28: 19, 20). Estas son las palabras finales del Evangelio de San Mateo y su mensaje es una piedra angular en la creencia de los adventistas del séptimo día. Nosotros vivimos por esa convicción. Si la Iglesia perdiera su visión de un trabajo a concluir, rápidamente nos desintegraríamos como el movimiento especial de Dios para estos días culminantes.

¿Existe algo más importante?

Como iglesia, nos agrada escuchar relatos acerca del progreso de la obra de Dios. Cómo se regocija nuestro corazón cuando escuchamos y leemos acerca del avance de la obra de Dios a lo ancho y a lo largo del mundo entero. Ninguna otra cosa podrá significar más para nosotros como pueblo. Así debiera ser.


Alguien dijo: “La buena religión comienza en el hogar”. Cuando el hogar está fundamentado en el amor de Dios, la iglesia vibra y se vigoriza, y la sociedad se beneficia. Cuando en el hogar existe negligencia, toda clase de problemas comienza a minar y rondar la iglesia y la sociedad en general. ¡Cuán importante es por lo tanto, que brindemos a nuestros hogares el cuidado y alimento que los tales requieren y desean! El hogar cristiano es la obra maestra de la creación. Es en el hogar donde el amor de Dios se alimenta y nutre sobre una base diaria; donde Él tiene su mejor oportunidad para enseñar a los padres y niños acerca de sus grandes planes. Bajo la dirección de Cristo, el hogar puede ser una pequeña réplica del cielo. Para mí, personalmente, no existe nada más inspirador que la visión de padres cristianos, quienes dedican su tiempo y se esfuerzan para crear un hogar que sea una hermosa demostración del amor de Dios.

Existe en la vida un orgullo propio e idóneo –el orgullo de la familia, orgullo del esposo por su esposa y de la esposa por su esposo. El orgullo de la herencia es tan natural como la vida en sí misma. Sí, la familia es la obra maestra de Dios y el centro de la vida. Es en el interior de la familia donde Dios es amado, donde el esposo y la esposa se aman mutuamente y donde los hijos son vistos como la propiedad de Dios, colocados en préstamo para ser educados para él –allí habita el gozo más dulce de la vida.

Dios nos sostiene como padres y como Iglesia, ambos responsables por nuestros hijos. Nuestros vástagos son la herencia del Señor. Ellos han sido confiados en nuestras manos como un préstamo por parte de Dios el Padre, para que los eduquemos para Él. Por lo tanto, es nuestra mayor responsabilidad contribuir positivamente en el crecimiento y en la educación de nuestros queridos hijos de acuerdo con la admonición del Señor y presentarlos ante Dios para su servicio. La admonición del cielo es clara: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22: 6). Jesús dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19: 14). Se encuentra en nuestras manos el permitir o no que nuestros hijos se dirijan a Jesús. Dudo que alguno de ustedes haya realizado en la vida alguna cosa mayor que entrenar y educar a un niño para Dios y presentarlo delante de Jesús para el Reino Celestial. Queridos amigos, ante los ojos de Dios éste es uno de los más importantes propósitos para vivir.


Existe una pregunta eterna que Dios formulará a cada uno de nosotros como padre y miembros de iglesia, al llegar al cielo. Es la pregunta que siempre ha desafiado a mi alma. La pregunta es: “Alzad vuestros ojos, y ved a los que vienen del norte. ¿Dónde está el rebaño que te fue dado, tu hermosa grey?”. (Jeremías 13: 20). De todas las preguntas que enfrentaremos en el juicio, ninguna es más penetrante y/o exploradora del alma que la siguiente pregunta: “¿Dónde está el rebaño que te fue dado, tu hermosa grey?” Jeremías, el antiguo profeta de Dios, vio una reunión dramática. El extendió delante del pueblo de Dios el desafío de retirar sus ojos de las cosas mundanales de este mundo para fijarlos sobre las grandiosas escenas celestiales.


Hace ya algunos años, mi esposa y yo hemos determinado que tendremos una respuesta positiva frente a esta pregunta. Los años que han transcurrido han permitido que nos sintamos más fuertes que nunca antes, pues necesitamos a cualquier costo estar preparados para responder esta pregunta con regocijo. Rogamos a Dios que estemos listos para dar solamente una respuesta: “¡Nuestro Dios, Padre celestial, gracias a tu Hijo Jesús a quien sea toda la gloria y el honor, todos ellos están aquí!” ¡Qué momento tan emocionante! ¡Al fin en el hogar con todos nuestros hijos y sus familias! ¡Al fin, salvos en nuestro hogar celestial! ¡No más tristezas, no más llanto, no más enfermedades, no más muerte!¡Y qué emoción será ver a Jesús y como familia hablar con él, caminar con él y vivir con él por la eternidad!

He tenido el grande privilegio de haber nacido y crecido en un hogar cristiano; fui uno de los 10 hijos. Mi madre y mi padre –Hallie y Clarence Leach—colocaron a Dios en primer lugar en todas las cosas. Cuánto me gozo al recordar la alegría de aquel hermoso hogar cristiano. Dios estaba siempre en primer lugar. Cuando pienso en nuestro hogar, una frase encantadora viene a mi mente. Nuestra familia escuchaba esta frase diariamente, dos veces al día en el culto familiar. Ambos, mi padre y mi madre mencionaban sin falta en cada oración, estas fervorosas palabras: “¡Oh Señor, Dios del cielo y de la tierra, bendice nuestra familia. En tu reino venidero, haz que el círculo no sea quebrado. Que todos estemos allá SIN QUE NINGUNA SE PIERDA”. Aquellas últimas cinco palabras realmente tocaban mi corazón. Mis padres no podían imaginar que nuestra gran familia llegara al cielo faltando alguno de nosotros. La oración diligente era que ninguno de nosotros faltara en el cielo. Aquella oración vive en mi corazón cada día.


Fidelidad es la palabra clave. Nuestros hijos son mucho más impresionados por lo que nosotros hacemos que por lo que nosotros decimos. Todas las palabras que hay en el mundo no compensarán nuestra falta al actuar --al hacer algo. Todos nosotros podemos preguntarnos a nosotros mismos lo siguiente: ¿Es la Escuela Sabática y la asistencia a la iglesia una necesidad? ¿Es el diezmo y nuestro apoyo generoso hacia la iglesia algo que nuestros hijos ven en nuestras familias como una forma, un estilo de vida? Nuestros hijos saben lo que nosotros hacemos. Si somos fieles, ellos lo sabrán. Si somos generosos con Dios, también lo conocerán. Ellos también saben si el cuadro de nuestra familia es justamente el opuesto. Nuestros hijos nunca olvidarán las cosas importantes realizadas en el hogar. Esto afecta cada cosa que ellos hacen. Considero nuevamente que es un gran privilegio y un honor haber crecido en un hogar donde Dios fue colocado en primer lugar y donde el trabajo de Dios era considerado de suprema importancia.


Mis padres hicieron más que justamente hablar acerca del cielo. El cielo era real y el corazón y el centro de cada cosa que hacíamos. Realizábamos las cosas que Dios demanda o requiere. La Palabra de Dios era NÚMERO UNO. No era objetable o cuestionable –era seguida. ¡Qué impresión indeleble ha dejado esto en nuestras mentes! La religión no era una idea leve, vaga, superficial acerca de Dios, era una forma, un estilo de vida.
En el hogar de Clarence y Hallie Leach, la educación cristiana era la prioridad principal y superior. La escuela de iglesia era una necesidad para nuestra familia y solamente una excepción fue realizada para esta regla. La escuela pública de Walker en Virginia Oeste, USA, distaba tan sólo 7 ½ kilómetros de nuestro hogar. El ómnibus escolar pasaba por nuestro barrio. Mamá y papá nunca antes habían considerado la posibilidad de permitir a sus hijos subir en aquel ómnibus, pero en el año 1935, el director de la escuela pública llamado Em Byrd, era miembro adventista y tres de los cuatro maestros también eran adventistas. Puesto que la escuela de iglesia más cercana distaba algo más de 20 kilómetros, y al ver que todos menos uno de los maestros y aún el director de la escuela pública eran fieles adventistas, mis padres decidieron hacer una excepción y realizar una prueba.

Yo estaba cursando el 8º grado, Esther, Nanie y Bud estaban en los primeros grados. Art comenzaría al año siguiente. Parecía extraño estar en una atmósfera mundana –no había cultos, no existían las clases de Biblia, ni tampoco los relatos de las hazañas misioneras. Aunque todos nuestros maestros eran adventistas, prácticamente no escuchábamos nada acerca de Dios. Nosotros éramos llamados por los demás chicos como “los del advenimiento”. Comenzamos a sentir las influencias mundanas. No habíamos asistido muchas semanas, cuando mis padres se dieron cuenta que la escuela pública –buena como era—no era para nosotros.

Además, nosotros estábamos mucho más aventajados en varias materias en comparación con los otros alumnos. Por primera vez en varios años no tenía tareas o deberes para completar en casa. ¡Nunca podré olvidarme de esa experiencia! Por supuesto, me agradaba, pero eso no me permitía que adquiriera más conocimientos. Todo el año anduve bastante desocupado y al final obtuve la nota máxima. Bien, la simple verdad era que la escuela pública de Walker no estaba a la misma altura o nivel que las escuelas de iglesia a las cuales había asistido. Al finalizar el año, mamá y papá dijeron: “¡Nunca más!” Aquel compromiso se mantuvo para toda nuestra gran familia.
Mis padres tuvieron que hacer una elección, trasladarse a una casa más cercana a la escuela adventista o encontrar algún otro medio para que todos nosotros asistiéramos hasta completar la escuela primaria. Después de colocar los planes en las manos de Dios optaron por comprar con mucho sacrificio un vehículo antiguo pero resistente, con capacidad para todos nosotros. En el Oeste de Virginia (USA), donde vivíamos, durante el invierno el camino se cubría de lodo y cuando llovía y nevaba era muy difícil de transitar, pues los neumáticos quedaban enterrados en los pozos y en las lagunas que se formaban y necesitábamos de la ayuda de cadenas para proseguir nuestro viaje rumbo a la escuela. Nuestro vehículo recibió el sobrenombre de “El ómnibus escolar del Señor”, y en verdad, el Señor estaba en aquel ómnibus y él era el conductor.


Podría relatar muchos incidentes mostrando cómo el Señor nos protegió y nos guardó de una forma maravillosa. Nuestro viaje para asistir a la escuela era un verdadero desafío diario. Con quince años de edad me convertí en un experto conductor en caminos cubiertos por el barro. ¡Me hice famoso!

“El ómnibus escolar del Señor” llegó a ser bien conocido y aceptado por todos aquellos que vivían cerca del camino donde diariamente transitábamos. Las personas exclamaban: “Ese vehículo antiguo no puede llegar a ninguna parte”. Pero como era “El ómnibus del Señor”, podíamos hacer con él casi todo, ¡con excepción de flotar! El Señor estaba a nuestro lado y nosotros lo sabíamos.


Cuando papá nos llevaba a la escuela, mirándonos con cariño, exclamaba: Estoy llevando mi “preciosa carga”y nosotros sabíamos que así éramos considerados por nuestros padres. Además, éramos conscientes de que lo que ellos estaban haciendo por nosotros era un gran sacrificio. Mis padres deseaban que todos sus hijos tuviesen una base y fundamento en la fe cristiana. Todos los sacrificios y esfuerzos que realizaron no fueron en vano. Tuvieron el efecto que ellos anticiparon. Nunca poseyeron mucho dinero en el Banco, pero en el Banco Celestial ellos fueron extraordinariamente ricos. Dios honró su fe asegurándoles que tendríamos todas las oportunidades para aprender de Dios y reafirmarnos en el mensaje verdadero de los últimos días.


Mis padres podrían haber razonado de la siguiente manera: “cinco niños en un vehículo antiguo, atravesando caminos peligrosos e inseguros es un riesgo demasiado grande”. Pero ellos estaban más preocupados con los peligros y riesgos de la pérdida de nuestras mentes y corazones. Honró la fe y el sacrificio de ellos y sé que Dios también los honrará a lo largo de la eternidad.

Mientras viajábamos en dirección a la escuela, en medio de lluvia, nieve, viento, tormentas, mucho frío, etc., a fin de ser enseñados en las cosas de Dios y ser confirmados en la fe de los adventistas del séptimo día, aprendimos muchas, muchísimas cosas que no se pueden encontrar en los libros --cosas tales como la supervivencia, los constantes peligros y riesgos y cómo la mano de Dios puede ser vista cuando seguimos sus instrucciones. Recuerdo experiencias cuando nuestra vida peligró, pero “el ómnibus escolar del Señor”y los niños que transportaba se salvaron no sólo en esas ocasiones que quedaron en el pasado, sino que proyectándome hacia el futuro pienso que se salvaron para la eternidad.

uego a Dios que habiendo mis padres seguido las orientaciones de Dios y habiendo hecho todo lo que estuvo a su alcance, ellos puedan aguardar que ¡por medio de la gracia de Dios, todos estemos allá!


Ya es hora de que nosotros como adventistas del séptimo día levantemos en alto el estandarte de la educación cristiana, sin dudar de que es la mejor inversión que podamos hacer alguna vez en la vida. ¿Estamos cumpliendo con nuestra responsabilidad? Existe solamente un lugar donde podemos depositar la herencia que el Señor nos ha brindado. ¡Hagamos nuestra parte para que en nuestro hogar la salvación sea la preocupación NÚMERO UNO!

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